Por Karina Ocampo @proyectomaiz
A veces me quedo mirando las plantas del parque como si recién las descubriera, tonalidades de verde y amarillo se combinan con las flores rosadas de los lapachos y bajo el sol me provocan endorfinas silenciosas, una sensación de paz que se queda en mí por varias horas. La vida se desarrolló en el planeta gracias a las plantas, ellas fueron fundamentales para nuestra evolución. Sin embargo, muchas veces solemos dar por sentada su existencia, ignoramos que tienen una vida secreta mucho más interesante de lo que podemos percibir.
“El 99,7% de la biomasa está compuesta por árboles, la vida en el planeta es verde”, dice el neurobiólogo vegetal, Stefano Mancuso. El científico italiano se dedicó a demostrar que las plantas además de ser inteligentes, pueden hacer cálculos, aprender y memorizar información útil para su desarrollo. Si admiramos que nuestro gato nos percibe antes de llegar a casa, deberíamos adoptar una azalea. Las plantas son aún más sensitivas que los animales, y pueden detectar al menos 20 químicos en el suelo y establecer parámetros físicos todo el tiempo. Es increíble ver, a través de la técnica fotográfica del time lapse, cómo con sus raíces y sus manitos vegetales buscan las mejores condiciones para encontrar apoyo y nutrientes. O cómo las flores se visten de colores brillantes para atraer insectos y ser polinizadas. Pueden adquirir distintas estrategias; aprenden de la experiencia.
Las semillas guardan la información genética del lugar en el que crecieron sus antecesoras. Esa misma información les sirve para adaptarse a la altura y los cambios climáticos, a las sequías o las grandes lluvias; la selección es natural. Por eso, las que se reproducen en los laboratorios no contienen esa valiosa información. A las transgénicas se les inserta genes de otros organismos a voluntad y quedan todas iguales, aun cuando se siembren en suelos y alturas diferentes Se usarán una sola vez y no producirán nuevas semillas, si las ataca una “plaga”, serán débiles. La verdadera sabiduría es natural.
Suzanne Simard, profesora y ecóloga, cuenta en una charla TED que lo que ocurre debajo del suelo, entre las raíces, es aún más fascinante que en la superficie. Frente a un auditorio expectante, cuenta que hay todo un entramado, una red de comunicación, una suerte de “internet mico-vegetal”. Alrededor de las raíces, una gran variedad de hongos simbióticos forman redes (micelio) que se conectan a dichas raíces conformando las micorrizas (“mico” viene de micelio y “rrizas” de raíces) . “El micelio se extiende mucho más allá del área del sistema de raíces del árbol”. A través de esta interacción es que los árboles comparten información, nutrientes y agua, no solo entre los árboles, también los hongos se benefician de este intercambio.
En un bosque, los árboles pueden competir entre sí por captar su alimento, pero al estar relacionados y ser familia, suelen cooperar. Los viejos cuidan de los jóvenes, los fuertes de los débiles, aumentan enzimas para protegerse ante depredadores, o se preparan para la sequía. En otra producción TED, junto a Camille Defrenne, se muestra esta interacción a través de una hermosa animación, que dura solo 4 minutos.
No es una locura pensar que semejante red verde tiene capacidades de sentir y decidir por las cuales debería gozar de derechos acordes y afines a dicha sensibilidad y, digámoslo, nivel de conciencia. Hace años que se habla del derecho de los árboles a nivel legal, y se propone que sean considerados sujetos de derecho y un instrumento similar a la declaración universal de los derechos humanos. En Barcelona, la ley existe desde 1995. El debate se reactivó luego de los incendios intencionales que arrasaron bosques y humedales en Argentina y gran parte de América Latina. Es más fácil comprenderlo en una orangutana como Sandra que fue declarada persona no humana, pero las plantas tienen derecho a crecer en un ambiente saludable. Aun por nuestro propio bien, al cuidar los recursos forestales, y especialmente los bosques y plantas nativas, preservamos el agua, que es un bien común natural. Frenar el cambio climático sin árboles, se vuelve una misión imposible.
La comunicación secreta de las plantas nos demuestra algo que ya sospechábamos pero que las tribus indígenas sabían con certeza. Tardamos mucho en observar, con las herramientas y el conocimiento científico adecuados, que sus vínculos eran interdependientes; que lo que le sucedía a un árbol, afectaba al resto. Aún hoy pareciera que frente a las evidencias, para un sector de la industria prevalecen otros intereses extractivos.
Sin embargo, la conciencia crece y se vuelve imparable: nosotros también somos parte de su red.